El racismo y violencia estructural, heredado de esta etapa colonial (aunque con muchas variantes y mutaciones) aún perdura y está fuertemente arraigado en las sociedades latinoamericanas actuales. Sólo alcanza con ver en los medios de comunicación culturalmente hegemónicos cómo son tratados los temas relacionados con los pueblos indígenas para notar de manera palpable no solo el racismo vigente sino la violencia que estos mensajes conllevan a través de la utilización de conceptos y formas de pensar que se creería ya no tendrían lugar en pleno siglo XXI. En definitiva, no es más que uno de los tantos tipos de racismo, el racismo etnocentrista, el cual niega el derecho a la igualdad de personas culturalmente diferentes y se cree que éstos deben someterse al grupo considerado como dominante o propio.
Emiliano José Reynoso: Sociólogo (UBA) y maestrando en Diversidad Cultural (UNTREF) y Miembro Fundador de Diversidad Cultural Abya Yala
América Latina se caracteriza por poseer una gran diversidad cultural y multiétnica. Es una región en donde, actualmente, habitan unos 671 pueblos indígenas que son reconocidos por los estados nacionales (CEPAL/CELADE, 2015). Según el Banco Mundial, los datos disponibles de los últimos censos muestran que para 2010 existían alrededor de 42 millones de personas indígenas. Esto representa casi el 8 por ciento de la población total de la región.
Si bien estos datos nos hablan de cierto reconocimiento de la existencia de estos pueblos por parte de diferentes organismos, lo cierto es que en la actualidad, estos pueblos continúan resistiendo y luchando para derribar las barreras estructurales que limitan la plena garantía de sus derechos en el plano social, cultural, político y económico. Estas consecuencias que padecen no son más que el resultado de la injusticia histórica. A saber: en un inicio la invasión y conquista de la región. Y posteriormente los procesos de colonización que conllevaron la desposesión de sus tierras, territorios y recursos; la opresión y la discriminación así como la negación de sus propios modos de vida, es decir su libre autodeterminación.
Racismo estructural, heredado de la etapa colonial
El racismo estructural, heredado de esta etapa colonial (aunque con muchas variantes y mutaciones) aún perdura y está fuertemente arraigado en las sociedades latinoamericanas actuales. Sólo alcanza con ver en los medios de comunicación culturalmente hegemónicos cómo son tratados los temas relacionados con los pueblos indígenas. Ahí podemos notar de manera palpable no solo el racismo vigente sino la violencia que estos mensajes conllevan a través de la utilización de conceptos y formas de pensar que se creería ya no tendrían lugar en pleno siglo XXI. En definitiva, no es más que uno de los tantos tipos de racismo, el racismo etnocentrista. Dicho racismo niega el derecho a la igualdad de personas culturalmente diferentes. Además cree que éstos deben someterse al grupo considerado como dominante o propio.
En los últimos tiempos varias personas y grupos indígenas se han organizado y han creado modos de resistencia a esta realidad. Una de las formas más importantes a destacar es el uso de las redes sociales y otros medios de comunicación. Con estas herramientas visibilizan sus acciones ante las problemáticas actuales. Y principalmente canalizan las denuncias ante los abusos y los hechos de violencia que padecen.
Si bien los pueblos indígenas de Abya Yala (continente americano) resisten desde hace siglos. Podemos decir que hoy han incorporado a sus estrategias de lucha la necesidad de visibilizar su cultura, su organización comunitaria, sus costumbres y creencias. Y también de mostrarse como sujetos y actores históricos, culturales y políticos que son. Y en este sentido el uso de las nuevas tecnologías (TICs) son de gran relevancia.
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Más allá de estos logros, se puede constatar a lo largo de toda la región, el incremento de discursos y acciones racistas, de xenofobia o de intolerancia étnica, la cual trata del rechazo u odio al “otro diferente”. Esos “otros” son aquellos que no se corresponden con los cánones hegemónicos europeos o norteamericanos. Las manifestaciones raciales y de odio pueden ir desde el simple rechazo pasando por diversos tipos de agresiones e incluso desembocar en asesinatos.
Hoy día se pueden oír frases como: “Que se busquen un trabajo”, “Si son pobres es porque quieren” o “Dejen de victimizarse”. Discursos que emergen principalmente cuando hay una denuncia sobre discriminación, padecimientos sufridos a causa de las formas de colonialidad actual; o problemáticas territoriales que delatan el racismo discursivo contemporáneo. Estos tipos de violencia, que se manifiestan principalmente en burlas hacia sus idiomas y vestimentas, trabajan en un nivel más profundo; obstaculizando o negando el acceso a la educación y la salud, la vivienda, los servicios básicos, oportunidades laborales, entre otras.
Violencia imperante contra los pueblos indígenas en América Latina
Muchas veces desde las ciencias (principalmente las ciencias sociales) se caracterizan a los pueblos indígenas como poblaciones pertenecientes a “sectores vulnerables”. Esta caracterización presenta un grave problema ya que no se está reconociendo que son víctimas de la vulneración sistemática de sus derechos a través del tiempo. En buena hora debería referirse a estos grupos como pueblos vulnerados dentro de una sociedad y un sistema social que los excluye. Son los excluidos de los excluidos. Esta “vulnerabilidad” no es más que el resultado de las consecuencias del racismo, la discriminación, la exclusión, la violencia y los altos niveles de pobreza que produce y reproduce la desigualdad social extrema.
En este sentido, la pandemia de covid-19 vino a agravar estas desigualdades históricas que sufre la población originaria de la región. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU, 2021), tienen casi tres veces más probabilidades de vivir en la extrema pobreza que la población no indígena.
Aumento de ataques contra poblaciones indígenas y expulsión de sus territorios
Pero como si todo esto fuera poco, en las últimas dos décadas han aumentado los ataques contra las poblaciones indígenas; y también la expulsión violenta de sus territorios. El abandono institucional estatal es notable. Lo podemos observar cuando los pueblos indígenas o sus líderes sociales sufren situaciones de criminalización inauditas a la hora de enfrentarse con temas relacionados con la tala ilegal de bosques, montes y selvas; o la contaminación de sus ríos o lagos, el tráfico de tierras, la minería, el agronegocio e incluso el narcotráfico o la trata de personas.
Solo en el transcurso del año 2020, en América Latina, se constataron 264 asesinatos de defensores de derechos, 50 más que en 2019. El 40% de los mismos están relacionados con la defensa del territorio y los derechos de los pueblos originarios; según datos publicados por Front Line Deffenders (2021).
En la mayoría de los casos existen grandes intereses económicos en juego; en donde tanto los estados cómo las compañías privadas y organizaciones ilícitas tratan por todos los medios de extraer superbeneficios a través de la explotación de la tierra; o los recursos que existen en los territorios ocupados por los pueblos indígenas. Nada muy diferente de lo que viene transcurriendo desde hace 500 años.
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Todo esto sucede bajo un contexto en donde los poderosos refuerzan un modelo económico extractivista. Además las políticas estatales se encuentran infectadas por la corrupción o carecen de descentralización; y el racismo estructural está a la orden del día.
Hoy en las sociedades de Latinoamérica hay derechos ciudadanos de primera y de segunda, de tercera y cuarta categoría. En un esquema social piramidal tendrán menos derechos los que están incluso por debajo de la base; y serán esos mismos “ciudadanos” los que tendrán mayor grado de abandono, violencia y despojo. Se los podrá expropiar, y explotar con mayor facilidad. Incluso dejarlos morir de hambre y sed, sin oportunidades, porque son los más débiles, son “inferiores”, como si no fueran parte del conjunto.
Esto es lo que sucede con los pueblos indígenas en esta región tan rica pero tan desigual a la vez. Así lo toman y accionan quienes están a cargo del agronegocio, de la minería o los proyectos de megaturismo. Se les pasa por encima, pasan a ser una “cosa invisible” o bien se los construye como enemigos internos o terroristas. Y en este punto los medios de comunicación, otra vez, juegan un papel clave.
¿Cómo no ser cómplices silenciosos?
Es cierto que existen ideas o programas públicos y privados que intentan apoyar o dar efectivo cumplimiento a los derechos de los pueblos indígenas. En muchos casos están acertados pero la desigualdad extrema que mencionamos los hace de muy difícil aplicación y continuidad. A su vez, existen pocos proyectos o ideas que promuevan a que los miembros de las comunidades sean sus propios protagonistas políticos, sociales, culturales o económicos. De esta manera solo se logra sostener y reproducir formas de paternalismo; o maneras de someter y dominar de manera directa o indirectamente al otro que ya han demostrado claramente no sirven y han caducado.
Las personas no indígenas deben comprender, aceptar y respetar que los pueblos y comunidades originarias tienen su propia identidad; sus propias formas de ver el mundo, creencias y sentires, formas de organización comunitaria y reflexión sobre ellos mismos; sus formas de comprender y relacionarse con la naturaleza. Tienen sus propias prácticas políticas, proyectos y pensamientos a futuro para sus hijas e hijos, sus propias experiencias, conocimientos, saberes y utopías.
No hace falta romantizar a los pueblos indígenas
Quien quiera saber sobre ello solo debe preguntar y aprender a escuchar. No hace falta romantizar a los pueblos indígenas; ni verlos solamente como víctimas que necesitan de la caridad de los que tienen una posición privilegiada en el sistema. Mucho menos folclorizarlos o exotizarlos. Alcanza con apoyar y acompañar su lucha por los derechos que ellos tienen y les corresponden. Ellos no nos necesitan para desarrollar su sentido de pertenencia colectiva comunitaria; su sentido de reciprocidad, la idea de dar y recibir, pensar al otro como un igual, como un yo. Ideas muy alejadas del individualismo en el cual estamos inmersos y hemos naturalizado.
En cuanto al ya conocido calentamiento global o cambio climático; uno de los nuevos fenómenos trágicos que se ha consolidado en el continente es el ecocidio a gran escala. No existe mejor ejemplo que lo sucedido en la amazonía desde comienzos del siglo XXI. Todo esto no solo trae aparejado e implica un etnocidio contra los pueblos indígenas y la pérdida de la riqueza cultural ancestral milenaria que el continente posee; sino la gran inconsciencia y silencio de la población no indígena sobre la realidad actual que estamos viviendo; y sobre un futuro oscuro que se avecina al muy corto plazo.
Diferentes informes de la ONU(2020) vaticinan que a este ritmo para 2030 ya existirán situaciones que serán irreversibles; y pondrán en riesgo la habitabilidad en la tierra de grandes sectores de la población. Entre ellas podemos mencionar olas de calor, inundaciones, problemáticas para la producción de alimentos, mayor parte de la población mundial bajo pobreza extrema, etc.
Es urgente actuar contre el racismo estructural heredado
En este sentido, es urgente acelerar los procesos de descolonización; para quitarnos de una vez por todas las vendas de los ojos y actuar contra el racismo estructural heredado. Para lograr la descolonización de nuestras formas de pensar y actuar debemos poder contrarrestar las situaciones enumeradas. Es importante plantearnos un posicionamiento independiente y autocrítico como parte de una batalla cultural que debemos librar.
Batalla cultural que comienza hacia el interior de cada uno de nosotros mismos; en nuestras casas hacia nuestros hijas e hijos, en ámbitos de trabajo, en situaciones cotidianas; pero en mayor medida en la formación educativa en todos sus niveles. Nos urge una educación que se ajuste a nuestra verdadera historia, que involucre a los pueblos indígenas, a criollos y mestizos, a inmigrantes y extranjeros.
Sólo de esta manera, bajo una fuerte y cruda autocrítica, formaremos generaciones futuras con mayor conciencia histórica y autorreconocimiento, mayor compromiso ético e independencia. Debemos comprender que somos culturalmente diversos y por ende necesitamos pensamientos, sentires, estados, representantes y políticas plurinacionales que se ajusten a ello. Criterios claros que deben poseer si o si principalmente profesionales de la educación, políticos y funcionarios, abogados y jueces.
Para no ser cómplices silenciosos podríamos empezar respondiendo dos preguntas importantes a la hora de profundizar sobre nuestra identidad y nuestro destino conjunto, a saber; ¿Quienes realmente somos? Y ¿Quiénes queremos ser? Cuando tengamos alguna respuesta sobre estas preguntas podremos contestar una serie de preguntas básicas aún irresueltas: ¿Quiénes son realmente los pueblos indígenas de América? ¿Nuestros hermanos, hermanas? ¿Son parte de un “nosotros”? o ¿Son extraños por sus tierras?
Seguimos difundiendo aquello en lo que creemos y por lo que siempre hemos luchado, los derechos del movimiento indígena, de las mujeres o warmis, de los grupos LGTBI, de los trabajadores y los derechos de cuidar a la naturaleza.
Múltiples voces, distintas ideas, pensamientos y miradas.