En la última semana la ciudad de Quito ha sido herida con el brutal asesinato de Samuel. Samuel el chico singular, el que se atrevió a mostrar su singularidad humana y con ella hacer un rasguño en medio de la monótona rutina urbana.
El, el quínico de mil colores que a sus cortos 25 años se convirtió en un protagonista significativo y entrañable de la resistencia de lo diferente. El, el chico raro que, al contrario de estar graduándose de la universidad y buscando donde hacer la maestría, el doctorado, y todos los demás etcéteras exigidos a un joven blanco-mestizo, de buena familia, con buen apellido y todas las cualidades necesaria para conquistar el tan añorado blanqueamiento social, vagaba por la ciudad con sus perros, con sus locuras, con su humanidad sin prejuicios.
El, el vagabundo de todos los colores y los poemas que no tenía por qué ser vagabundo, porque su piel blanca y su cabello rubio, en una sociedad racista, lo hacía candidato para el destino de los exitosos. El, el que renunció a su destino, el que no cedió al deseo de la sociedad de los iguales, de los idénticos, de los exitosos, fue más culpable que los vagabundos sin opción, que los que nacen y desde su tono de piel los destina al fracaso. Culpable por no aceptar el destino que el sistema de las inequidades y las injusticias le regaló para que sea un ciudadano de bien, es decir un buen trabajador y por supuesto un buen consumidor. Culpable por ser singular, por ser diferente, simplemente por ser él. El, el que daba mal ejemplo a los chicos, el que con sus alegrías de mil colores ofendía la seriedad de las modas mercantiles y sus posibles consumidores. El, el que no fue a la codiciada universidad a convertirse en una mercancía laboral de calidad. El, el que podía vivir sin lujos, sin cosas innecesaria, sin ataduras, no podía ser perdonado por un sistema obscenamente competitivo y brutalmente pedagógico con sus fichas.
A los que nacen empobrecidos y son condenados a ser vagabundos, porque tiene el color de la piel oscura, porque nacieron en los suburbios, porque fueron expulsados de sus territorios ancestrales, porque se quedaron sin un miserable trabajo fabril o porque nunca entraron en él, se los puede asesinar sin que pase nada, sin que la sociedad, auto creída moderna blanco mestiza, se entere o se preocupe. Así paso hace menos de un mes con el vagabundo anónimo de tez oscura que dejaron que muera en el Puente del Guambra, porque seguramente para el sistema es innecesario gastar en la vida de un nadie que, con indignación decía Galeano, “cuestan menos que la bala que los mata”. Matar a un nadie no es pedagógico, porque un nadie empobrecido no parece importar mucho y por lo tanto no sirve para educar a la sociedad y sobre todo a los jóvenes en las buenas costumbres de la gente de bien, de los ciudadanos normales y absolutamente funcionales a la hidra capitalista.
Había que encontrar alguien que por su irreverencia decidida y consciente sea el objeto pedagógico perfecto de los guardianes del orden en su cruzada fascista. Y encontraron a Samuel, el humano no tan humano y por lo mismo más humano que les llenaba de miedo y amenazaba su preciosa tradición deshumanizante. No soportaron un vagabundo por decisión propia y alegre de ella; no soportaron su abundancia significante que desparramaba por las calles de la Franciscana Ciudad de Quito; no soportaron sus mil colores, sus mil sonrisas; no soportaron que se riera de la Carita de Dios y de los guardianes de su hipocresía. No soportaron que quien consideraban su hijo de abolengo se lance a las calles a vagabundear con los nadie. Tu sonrisa de mil colores los perseguirá por toda la eternidad, no tendrán la vida que te arrebataron.
Samuel tu rostro dará nombre a los nadie de afuiera y tu singularidad interpelará a los nadie de adentro a ser diferentes, a ser alguien.
Gracias por todas las sonrisas y los colores que diste a esta ciudad.
Por Natalia Sierra
artículo publicado en https://atravesdelafisura.blogspot.com.es/2017/11/el-miedo-lo-diferente-el-miedo-samuel.html?spref=fb
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