La Nación Mentawai: En el corazón de Muara Siberut, patrimonio de la biosfera por la UNESCO desde 1981, a 130 kilómetros de la costa occidental de Sumatra, en Indonesia, aún sobrevive uno de los pueblos más antiguos de la civilización; con cerca de 3000 años de antigüedad, los mentawai u «hombres flor» son conocidos por su costumbre de ataviarse el pelo con flores de hibisco. .
Alba López Santos y Andrés Velásquez
Los Mentawai y su atávica cultura.
Antiguos caníbales, son un pueblo animista basado en el diálogo y contacto con la naturaleza, con la madre tierra. Sumergidos en las profundas e impenetrables selvas que cubren prácticamente toda la superficie de las islas, bañadas por el agua, queda la que posiblemente sea la última generación de los «hombres flor» tal y como la conocieron los primeros exploradores tras su descubrimiento
Aunque son pocos los asentamientos que quedan, la auténtica forma de vida tradicional ligada a la naturaleza, al bosque, a la tierra sigue salvaguardada por los propios indígenas, ya que su creencia dice que «destruir el bosque significa destruir la vida».
La creencia esencial de los mentawai señala que cada ser vivo, animal o vegetal, tiene su propio espíritu; creen que el bosque es la morada de los espíritus de sus antepasados, los cuales protegen todas las plantas y animales, tratando con máximo respeto y sabiduría a la naturaleza. La creencia hacia el espíritu de sus antepasados y la sabiduría hacia la naturaleza de los indígenas mentawai se llama ARAT SABULUNGAN. Todo lo que se coge de la naturaleza, ha de serle devuelto para así mantener un equilibrio en el mundo, valor clave para la conservación y preservación de las selvas.
Acceder al interior de la isla, donde permanecen las generaciones más mayores de los últimos «hombres flor», es tarea ardua. Con los primeros rayos del sol, ascendemos el río Oinan en un «pompom«, una barca de madera a motor.
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Es curioso el poder de la observación, ya que durante nuestras aproximadamente dos horas de navegación nos permiten no solo cruzarnos con otros mentawai que navegan en barca, unas a remo y otras a motor, sino que en el primer tramo de viaje, observamos ya bastantes poblados semimodernos a orillas del río.
También pudimos contemplar la frondosidad y espesura de las selvas. Nos bajamos en Dorogot, y todavía unas horas más anduvimos por los caminos de la jungla, que a base de troncos caídos de banano y sagú conforman un resbaladizo y camuflado sendero entre el barrizal de la selva.
El aroma que desprende el bosque tropical es muy plural, resinoso y dulzón, a tierra húmeda y vegetal, humo; apenas los rayos de sol pueden penetrar entre las densas copas de los distintos árboles.
Poco antes de llegar, encontramos a una mujer mentawai, inusualmente vestida con ropa occidental, ya que en el interior, en los insuficientes asentamientos que quedan, los mentawai suelen ir con un trapo o faldas de hojas de sagú cubriendo únicamente sus genitales. Armada con un machete, astilla el tronco de una palma de sagú en busca de larvas de gusano, uno de los más deliciosos manjares para la comunidad mentawai.
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Poco después, llegamos a la «uma» o casa familiar, fabricada en su totalidad por madera y hojas de sagú y banano, y bambú. La casa se alza cera de metro y medio del suelo, lo cual la protege de la humedad y las épocas de monzón. Una exquisita arquitectura. Para subir, una escalera realizada sobre un tronco de banano de apenas un palmo de grosor.
En la primera estancia de la bella construcción, la cual se mimetiza con el entono, el suelo de de caña de bambú, y sin techo aún, conduce a la parte principal y más importante del hogar de los mentawai.
Esta estancia, la cual se asemeja a un porche, es donde se reúnen familia e invitados para charlar, comer y celebrar rituales y ceremonias; dispone de una pequeña zona para cocinar y se encuentra rodeada de bancos para el descanso.
El interior, es el área privada, lugar para el descanso de hombres y mujeres. Debemos añadir que los mentawai tienen unas costumbres muy tradicionales, hombres y mujeres duermen por separado, y únicamente comparten lecho si es para procrear.
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Toda la estructura está realizada en madera, perfectamente armada, donde los clavos no son necesarios. Los techos realizados con hojas de sagú, suelen durar varios años, tejidos cuidadosamente a mano por la familia y amigos.
En la parte posterior, de la uma, hay un pequeño patio, donde se cultiva. Otras pequeñas construcciones encontramos en los alrededores de la tradicional casa, una diminuta casa para la cría de ganado, y una ducha improvisada realizada con caña de bambú y hojas de sagú. Un parvo riachuelo bordea la casa, el Bat Dorogot, cuyas aguas son tan transparentes que parecen cristal. Un canal a base de largas cañas de bambú, canalizaba el agua hasta un gran barreño, donde se depositaba, aunque siempre en constante movimiento.
Aman Manyano, el señor de la uma nos recibe con un cálido y agradable apretón de manos. Después pronuncia en lengua mentawai: «Anaileuita» (que quiere decir hola) y se lleva la mano al pecho.
Con un único «taparrabos» de tela en colores rojo y amarillo, una pequeña coleta de color negro y una bella flor de hibisco, algunos coloridos collares y los tatuajes típicos, nos da la bienvenida a la que será nuestro hogar durante una semana.
La señora de Aman Manyano, es la señora que nos encontramos recogiendo larvas en medio de la selva, la cual, ahora, arrodillada junto al fuego, prepara la comida. Cuidadosamente, en un delgado pincho metálico, coloca los gusanos del sagú, después de haberlos lavado en agua, cerca del fuego los pone a cocinar. Dentro de una caña de bambú, introduce otros pocos y en otra caña cuece setas.
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La alimentación mentawai es poco variada, su alimento base es el sagú, que es la fécula que se extrae de la médula de la palmera de sagú (Metroxylon sagu), obteniendo una especie de harina blanquecina, con un fresco aroma dulzón. Se envuelve en verdes hojas de palma, y se cocina al fuego colocadas cuidadosamente en diagonal. El plátano y el coco, son otro de los alimentos base en la dieta mentawai, mientras que el plátano es cocido, se raya coco para después mezclarlo todo.
Sentados sobre una esterilla de finas cañas de bambú aprendemos los secretos y curiosidades de los últimos indígenas de la nación mentawai.
Dentro de la comunidad mentawai, la figura más importante es el «sikerei» o chamán, sin el cual los hombres flor no existirían. Los sikerei cuidan de los enfermos de las umas de su vecindario, pero no son sólo sanadores, sino que hacen rituales y plegarias, en ocasiones en forma de cánticos; estas canciones sagradas, las cuales se están perdiendo, permiten a los chamanes entrar en contacto con los espíritus durante las ceremonias. La medicina usada por éstos, es completamente natural, extraída de las plantas de la selva, el cual denominan como «su propio jardín».
Todos los momentos importantes dentro de la comunidad se celebran con danzas y cánticos, los hombre cazan en la madrugada, o si no, sacrifican a un pollo o un cerdo convirtiéndolo en todo un ritual. Unas oraciones por el alma del animal la cuál en pocos momentos formará parte del bosque; todo ello con un único fin: que el mundo esté en paz, esté en equilibrio.
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Tras el sacrificio, las vísceras del animal, corazón, intestinos, y otros órganos son minuciosamente analizados por el chamán, el cual podrá ver en ellos y predecir futuros acontecimientos que pueden ser buenos o malos, y que sólo atañen a los allí presentes.
Los tatuajes o «titi» son para estos indígenas en vías de extinción parte de su ropa, sin ellos es como si estuvieran desnudos. Los tatuajes mentawai permiten conocer a su portador, es su carnet de identidad, sabiendo así cuál es la historia de un hombre, saber si es un héroe, de qué región proviene, a qué familia pertenece… También suelen tatuarse el cuerpo con dibujos de flores, ramas de sagú y helechos. Arcaicas y sencillas son las herramientas que utilizan, y la tinta se basa en una mezcla de tierras, carbón y aceite.
La vida en la selva es muy tranquila para los pocos mentawai que hoy la habitan; la mayor parte del tiempo es invertida en el descanso y el deleite de la tranquilidad que reina estos bosques tropicales. Cigarro tras cigarro, calada tras calada, los mentawai dedican su tiempo a conversar, a deambular por los embarrados caminos, a contemplar cómo crece la naturaleza y se expande…
La inevitable desaparición de una nación ligada a la naturaleza.
En tan solo 74 años, tras la independencia de Indonesia en 1945, el Gobierno ha ido acotando su territorio, ya que a mediados del siglo pasado en todas las islas del archipiélago se podían ver mentawai, en cambio, hoy por hoy, sólo podemos encontrar pequeños clanes esparcidos por el sur de la isla de Muara Siberut. Su propósito, al expoliar sus tierras, ha sido, en su mayoría, para la explotación agrícola de cultivo de palma aceitera y la industria maderera. Además, en la actualidad, esta ancestral civilización ha pasado a segundo plano, ya que las islas son más conocidas por sus playas paradisiacas y sus magníficas olas para surfear.
Llegar a la isla de Siberut era, hace tiempo, todo un reto, pero en la actualidad, son muchos los «speed boat» que salen prácticamente a diario hacia la isla cargados de surferos ansiosos de «cabalgar» la mejor de las olas. La multitud de resort, surf camps, bares y restaurantes en sus costas, lo ha convertido más en un destino turístico para el derroche, que en un viaje a los orígenes de la civilización humana. Los mentawai están perdiendo frente a la modernidad.
Durante nuestro tiempo en Muara Siberut pudimos aprender, observar y apreciar el sentimiento mentawai, un sentimiento abstracto, de amor por la naturaleza y la vida, de conservacionismo y conocimiento, pero también un sentimiento de dolor y tristeza por el forzoso futuro para la nación mentawai.
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Nuestro guía y compañero de viaje, junto a su familia y amigos nos abrieron su casa y su corazón. Narrando con máximo dolor el fatal futuro que les espera, y los acontecimientos pasados y presentes.
Nos describen como, Indonesia ya formada como país, y el mundo avanzando a ritmo desorbitado, la industria y la modernización llego a las islas Mentawai. Pero fue a partir de los años 70, cuando el Gobierno, en su afán por controlar y explotar todo su territorio, acotó su hábitat, el cual abarcaba otras islas de archipiélago como Sipora, Pagai Norte y Pagai Sur y acabó reducido al sur de la isla de Siberut. Promovió la construcción de aldeas cerca del mar, vendiendo a la nación mentawai un modo de vida que no es.
La creación de estos poblados con carreteras, infraestructuras nuevas, iglesias o mezquitas y colegios sometería a la población a la ley; una ley que desgraciadamente olvida intencionadamente la tradición, costumbre e historia de estos milenarios habitantes del lejano océano Índico. La quema indiscriminada de casas tradicionales, además del brutal arrasamiento de las selvas para el cultivo de palma aceitera y arrozal, sumado a la venta de terreno a la industria maderera y blancos para montar sus negocios destinados al surf, ha ido incrementándose gradualmente con los años.
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Indonesia prosigue en su lucha por convertir a la población mentawai a una de sus religiones reconocidas según su Constitución, prohibiendo a los «hombres flor» vivir de acuerdo a sus creencias. Durante mucho tiempo, los mentawai fueron perseguidos y ocultos en la selva. Aquellos que se trasladaron a los poblados prefabricados por el Gobierno, en contra de su voluntad, se convirtieron y comenzaron a formar parte del censo nacional.
Mientras más hablaban los mentawai, más se podía ver su frustración y rabia hacia la crudeza con la cual el Gobierno los está tratando. Las aldeas prefabricadas eran tercermundistas. Alzadas más menos un metro del suelo y de no más de unos 15 o 20 m², en madera y con un techo de chapa u hojas de sagú, sin puerta y bañadas por los humedales, en las cuales podían vivir un mínimo de seis personas.
Todos cuidan de todos, pero nadie cuida de ellos, nadie respeta sus creencias, amenazados por la policía y el ejército, son muchos los que mal viven en estas aldeas. Y, donde a escondidas del Estado siguen practicando sus costumbres y rituales, siguen cuidando de sus enfermos, intentan transmitir a las nuevas generaciones, ya obnubiladas por la televisión, los teléfonos móviles, la era digital, tradición y conocimiento.
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Ellos mismos nos narran que se han visto obligados a cambiar, a hacer de su milenaria historia un parque de atracciones, donde se crean espectáculos para el turista adinerado que pagará lo que sea necesario por ver un cántico pronunciado por el chamán, la caza de un mono con flechas envenenadas o la compra de algo de artesanía, en estas selvas, actualmente, todo está en venta. Este cambio es necesario hoy en día, ya que sin él no podrían continuar con su vida, no podrían pagar las costosas escuelas, en las cuales no se
enseña nada de la tradición mentawai, no podrían comprar alimentos, ya que hoy por hoy, los autóctonos mentawai no tienen derecho a adquirir tierras para el cultivo o no pueden acceder a puestos de trabajo en la isla.
La transmigración está a la orden del día, indonesios procedentes en su mayoría de Sumatra son invitados por el Gobierno para el cultivo de las tierras mentawai, occidentales que venden la cultura de esta nación, pero que no dan trabajo a las nuevas generaciones indígenas, destrucción de la selva para la construcción de una red de carreteras que la haga más accesible para el turismo…
Hoy por hoy, la nación vende lo mismo a reporteros y turistas, cientos de imágenes y artículos en la red con las mismas caras, las mismas poses, los mismos rituales… un sin sentido para una sociedad que se acaba, reproduciendo cada semana para distintos individuos, una tradición y cultura que quedo en el pasado.
Todo en su contra, simplemente el recuerdo de una nación…
Olvidados, olvidando una larga historia de una de las naciones más antiguas de la raza humana.
Seguimos difundiendo aquello en lo que creemos y por lo que siempre hemos luchado, los derechos del movimiento indígena, de las mujeres o warmis, de los grupos LGTBI, de los trabajadores y los derechos de cuidar a la naturaleza.
Múltiples voces, distintas ideas, pensamientos y miradas.
Muy interesante y aleccionador reportaje.
Me ha gustado mucho Alba