En las Galápagos, los atardeceres son contrastes de luz y color. Los contemplamos desde cerros mágicos de toba volcánica, erosionados por los vientos y aguas cristalinas lapislázuli. Descubrimos arrecifes de coral, delfines saltarines, lobos marinos amamantando a sus crías. También elegantes piqueros enmascarados con su antifaz o piqueros patas azules, pinzones de Darwin. Estos son algunos de mis recuerdos atesorados de las «Islas Encantadas».
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Galápagos, es mucho más que la tortuga gigante conocida como el «Solitario George”. Ese fue mi pensar la primera noche en nuestro velero, el Sagitta, una embarcación sueca, sesentera, de tres mástiles. La familia Angermeyer, enamorada de las islas, rescató este velero del olvido. Y lo convirtió en fiel compañero de muchos periplos. Uno de ellos, el que hoy os voy a contar navegando en las calladas aguas de este lado del Pacífico, rozando el horizonte, acariciando las nubes. Al velero hoy se le extraña, porque ya no está, como tampoco está el solitario George.
En Galápagos los atardeceres con contrastes de luz y color. Los contemplamos desde cerros mágicos de toba volcánica, erosionados por los vientos. Las aguas son cristalinas en tonos lapislázuli. Hay arrecifes de coral, delfines saltarines, lobos marinos amamantando a sus crías. Los piqueros posan elegantes enmascarados con su antifaz. A todos ellos añadimos piqueros patas azules, pinzones de Darwin, como algunos de mis recuerdos atesorados de las «Islas Encantadas».
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Punta Carrión, Plaza Sur, San Cristóbal, con Cerro Brujo, Punta Pitt, la Española y Gardner Bay, o Floreana están entre nuestros destinos. Los delfines nariz de botella siempre nos acompañan con brincos juguetones alrededor de nuestro Sagitta. Algún lobo marino se cuela en la comitiva, elegantemente escoltada por piqueros de Nazca.
Punta Carrión, es una bahía de aguas quietas, turquesas y cristalinas, y será mi primer varadero. Sin descender de la panga empiezo a descubrir la fascinante fauna de Galápagos. Aparecen gaviotas que se posan en la roca, garzas de lava o fragatas. Carolina, nuestra guía, bióloga enamorada de estos parajes va explicando poco a poco los secretos de la isla.
Ya aquí me doy cuenta de la importancia de llegar con un buen guía a las islas. Es necesaria una persona conocedora de sus misterios y ávida de nuevas aventuras. Una guía como Carolina a la que no importó echar una carrera para confirmar la presencia de una nueva ave, diciendo ¡síganme¡ síganme¡.
LA FAUNA ES UN PLACER PARA LOS TURISTAS Y EN ESPECIAL PARA LA FOTOGRAFÍA
En Galápagos la fauna flirtea conmigo por primera vez en Plaza Sur. Lobos marinos, iguanas terrestres o cangrejos, que no se asustan de mis coloridas zapatillas, dicen que por la ausencia de depredadores en la isla. Aprendo a diferenciar las hembras de los machos de iguana, estos últimos más grandes, atractivos y con llamativas crestas.
De pronto, un gemido agudo me recorre como escalofrío y atrae mi atención. Es una hembra de lobo marino preñada a punto de parir. Se encuentra en la parte baja, en tierra, para proteger a su futura cría de la voracidad de los tiburones, que se verían atraídos por su sangre. La placenta luego servirá de alimento a las fragatas. Sobrecoge cómo funciona el ciclo vital en las islas. Algún que otro macho dominante merodea, marcando su territorio.
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Sigo caminando, junto al resto del grupo, y nos hablan de los tambuleros. Los más atrevidos y también reconocidos chefs en China y Japón son capaces de preparar estos peces como delicatessen, sin envenenar a su clientela. Y es que su piel e hígado son tremendamente venenosos. Podemos encontrar Sphoeroides annulatus o tambuleros en el buceo por las aguas de las islas.
Nuestro recorrido continúa por Santa Fe, isla ubicada en la parte central de las islas. Su entorno cuenta con algunas peculiaridades, como la falta de agua dulce, o que no es activa volcanicamente. Aquí las iguanas endémicas tienen el color de las piedras, provocándome más de un susto, al casi poner mis deportivos encima de su cabeza.
LOS ACANTILADOS DE LAS GALÁPAGOS ESTÁN LLENOS DE VIDA
El bosque de cactus, con algún árbol de Palo Santo, es uno de los que más me sorprenden de las islas. Él crea simbiosis con las iguanas, que se los comen.
Cerro Brujo en San Cristóbal, hace que continúe mi ensoñación. Descendemos en una isla de arena blanca, muy blanca, que me cuentan que proviene de coral molido. El sol acaricia mi piel, mientras paseo por los acantilados que simulan torres de catedral, agujeros caprichosos que nos permiten otear un horizonte que no se acaba. Iguanas, lobos marinos protectores de sus crías, luz, azul turquesa, verdes, peces multicolores.
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Yo ya había descubierto los piqueros en mi viaje a la Isla de la Plata, cerca de Puerto López en Manabí, pero fue en Punta Pitt a unos 730 metros de altitud donde me encontré conviviendo a las tres clases de piqueros, los enmascarados, en zona de acantilados, los patas azules, en el interior y los patas rojas, por los arbustos, además de dos tipos de fragatas, que siempre siguiendo los mandados de la sabia naturaleza, se ubican allí porque ésta les da el alimento que necesitan.
Pero llegó un día, en el que tras una cena de rica cocina ecuatoriana, y un sueño placentero, aterricé en medio de la “desolación” que para mi supuso Gardner Bay, un lugar donde los lobos marinos parecían enfermos y las pocas madres, apenas eran capaces de alimentar a sus crías, un lugar donde sólo unas pocas gotas de agua se regalan cada año. Pero quizá solo fue una impresión pasajera, para decirme que no todo es magia y luz.
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Tras ese momento inquietante, mi cuaderno de bitácora me lleva de nuevo a los colores, a las aguas cristalinas, en las que por primera vez me sumerjo, valiente yo, sin traje de snorkel, entre las manta rayas, los peces casi transparentes, las tortugas marinas, ¡todos mis sentidos alertas¡ y mi cuerpo simplemente dejándose llevar por semejante placidez.
En Punta Suárez, en lo alto de sus acantilados, ocurrió una de las cosas que más ganas tenía de contarles, el cortejo de los albatros, que hace que la hembra enfrente del macho repita un ritual de amor, con sus picos amarillos, y sus cuerpos enormes, buscando su pareja del momento, ya que serán monógamos, pero no fieles. En la parte baja, exuberancia animal, con cientos de iguanas marinas, rojas y negras, o rojas y verdes que esperaban expectantes al turista.
Algunas nos escupían al expulsar agua salada por la nariz, como cuando una traga agua en la playa, pero en su caso parece que salían y se abrazaban para regular su temperatura y hacer la digestión. Piqueros patas azules, piqueros de Nazca, por aquello de estar encima de la famosa placa de Nazca, lagartijas de lava, gavilanes, albatros, miraban curiosos por encima de sus cuellos.
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Para finalizar, de nuevo pienso en el solitario George, y no puedo pasar por alto a sus «hermanas», las tortugas gigantes, esas que tímidamente esconden cabeza y patas, cuando alguna despistada turista como yo, busca tomar un receso apoyándose en sus majestuosos caparazones y que lentamente, pero en grupo desplazan sus pesados cuerpos en busca de alimento.
Nos quedamos con las ganas de visitar las plantaciones de café de Galápagos. Son reconocidas mundialmente, y cuyos granos hacen las delicias de cafeteros en busca de nuevos aromas. En Madrid, donde los diez gramos se cotizan a 75 euros; pero eso será otra historia.
Estudios en Economía con especialización en trabajo con organizaciones de desarrollo y sociales. Content Manager en Masquemedicos, portal especializado en salud en España, Ecuador, Chile, Colombia, México y Venezuela. Experta en formulación y gestión de proyectos sociales y en investigación social y movimiento indígena. Proyectos más relevantes coordinados: Los pueblos indígenas del Ecuador protagonistas en la construcción de un nuevo modelo de país. CONAIE. Estado Plurinacional Y Buen Vivir: Debate y Construcción en la Región Sierra del Ecuador. ICCI, Instituto Científico de Culturas Indígenas. Mujeres indígenas y campesinas trabajando por la soberanía alimentaria. Asamblea de Unidad Cantonal de Cotacachi.