«Cada vez que me tocaba elegir, decidir en la conducta de ese hombre, elegía el reverso, lo que él pretendía hacer creer mientras estaba vivo.» Julio Cortázar
Por Julián Martínez
Cuando las personas toman decisiones, sobre todo las decisiones políticas, una de las cuestiones centrales es saber si eligen, entre las opciones disponibles, sinceramente o estratégicamente. Es decir, lo crucial es descubrir si las personas prefieren la opción en sí misma, o prefieren el resultado que deviene de ella. El ballotage en Ecuador presenta un reto similar, principalmente a los movimientos, organizaciones y militantes de izquierda.
En la segunda vuelta en Ecuador se enfrentan dos opciones que aparentan ser diferentes entre sí. La opción de Moreno y Glas ofrece continuar con un modelo de gasto público elevado, el desarrollo basado en el extractivismo, y el conservadurismo en términos de valores y muchísimos escándalos de corrupción. Las consecuencias son una economía dependiente de bienes primarios, un sobre endeudamiento, fuerte inflación y recesión cuando esas frágiles condiciones cambian.
La otra opción, Lasso y Páez, ofrece algo no muy distinto. Hay muy pocas menciones a la salida del modelo extractivo petrolero y minero, por lo tanto, continuismo en ese aspecto. En materia de inversión, se propone una liberalización de la economía, reducir de tamaño del estado, reducir impuestos, y moderar gasto público. En términos de valores, el conservadurismo es igualmente fuerte: no hay señales de despenalización del aborto o drogas o de la legalización del matrimonio igualitario. Así las cosas, el elector debe tomar una decisión y aquí empieza el dilema.
Desde el punto de vista de la izquierda, un voto sincero sería favorecer en la urna a la opción que se acerque más a su posición ideal. Por ejemplo, mayor presencia del estado, control de la economía, reducción de la brecha social y económica. Aparentemente, el binomio de Alianza País representa algo parecido a esa opción. Sin embargo, los hechos y los resultados después de 10 años de gobierno dicen otra cosa. En Ecuador la criminalización de la protesta, el despojo de comunidades indígenas y de reservas naturales protegidas para favorecer la minería, el extremado machismo del presidente, el enriquecimiento inocultable entre las altas esferas de poder, la privatización de los recursos naturales en favor de empresas chinas a cambio de préstamos, son claros ejemplos de que lo que se dice es una cosa y lo que se hace es otra. El votante de izquierda en Ecuador sabe que, en los hechos, el gobierno ha traicionado diariamente a sus mandantes y sobre todo a las banderas que decía representar. Y sabe, además, que nada de esto cambiará si gana el oficialismo.
La otra opción es aún más lejana a su posición ideal. Un candidato abiertamente de derecha, conservador en lo moral y liberal en materia económica. Ha dicho que se reducirá el gasto público en algunos sectores y parece obvio que vendrán privatizaciones. Entonces ¿qué hacer? El dilema está claro, las opciones son: continuar en un modelo que se llena la boca de discursos sociales mientras manda a desalojar a comunidades indígenas en favor de empresas extranjeras, o hacer un giro dramático y forzar un cambio hacia una posición abiertamente de derecha.
El votante sincero optará por la opción que esté más cerca de su punto ideal. Sin embargo, es un votante ingenuo. La política electoral es justamente la sucesión de elecciones y el juego no termina con esta elección. La trampa de la política electoral es hacernos pensar que en una elección nos jugamos el destino final de un país, como si todo acabara allí. Y es justamente lo contrario. La política solo existe como proceso, no como un fin.
Por otro lado, el votante de izquierda estratégico puede entender que apoyar a su peor enemigo es una forma (quizás la única) de salir de la encrucijada. Sobre todo, porque conoce de primera mano que ninguna “lucha desde adentro” ha sobrevivido, ninguna ha dado frutos, y poco a poco el régimen ha ido separando de sus filas a quienes fueron en contra “del proyecto”. El votante de izquierda estratégico entenderá que el único resultado de una victoria del oficialismo es la marginación de la izquierda, tal como se vio en los resultados electorales, tal como se vio durante 10 años de persecución a organizaciones ecologistas, de trabajadores, e indígenas. El votante de izquierda estratégico entenderá que tener un adversario político legítimo es mejor que tener un “aliado” a quien convencer. El votante de izquierda estratégico sabrá evaluar que ninguna de las luchas populares, ni una sola de ellas, ha sido llevada adelante por el gobierno, y que solo han sido cantos de sirena en karaokes montados en plazas públicas. El votante de izquierda estratégico entenderá que esta vez tendrá que elegir el opuesto para salir de la encrucijada.
Doctor en Estado de Derecho y Gobernanza Global por la Universidad de Salamanca. Es psicólogo político y está interesado en el comportamiento político, tanto de la ciudadanía como de las élites. Actualmente también desempeña labores como asistente e investigador en Flacso España.
Quito, Ecuador