El abuso sexual según Lenin Moreno: “cuando viene de una persona fea”, si no lo fuera, “si la persona fuera bien presentada de acuerdo a los cánones, suelen no pensar necesariamente en que es un acoso”.
Leyre Collazo Palomo
Días atrás, el presidente de la República del Ecuador, el señor Lenin Moreno, hacía una declaración en un foro económico de Guayaquil. Abiertamente y sin sonrojos, realizada una “jocosa” reinterpretación del concepto de acoso sexual; y que difiere de la reconocida ya internacionalmente por la OMS. Mencionó que esta terrible realidad sólo se materializa “cuando viene de una persona fea”, si no lo fuera, “si la persona fuera bien presentada de acuerdo a los cánones, suelen no pensar necesariamente en que es un acoso”. La consecuencia legítima, por tanto, es que “los hombres están sometidos permanentemente a la posibilidad de ser acusados” de tal hecho.
Estas y otras sesudas reflexiones sobre lo que implica la violencia de género, fueron pronunciadas en un ámbito público. Y además, al auspicio intolerable que le confiere ser el Jefe del Estado. La complicidad en suma fue manifiesta. Unos entregados asistentes al “show”, reían y aplaudían a su compás, y, en redes sociales además, brotaban simpatizantes entre sus detractores.
En aras de la cuarta oleada que vive el feminismo y bajo el cobijo que ampara su lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, se gesta la necesidad de REFLEXIONAR. Desde este prisma, descentralizar la atención por un instante del presidente ecuatoriano, nos enmarca en un contexto social crítico que naturaliza la violencia hacia la mujer.
NÚMEROS QUE DUELEN
Hablar de acoso sexual nunca puede teñirse con sorna o complacencia. Valorar el sufrimiento ajeno –de mujeres- sólo puede justificarse desde el dolor o la justicia social. Lo contrario puede clasificarse lícitamente como banalización deliberada, una manifestación opresora. Transformar las cifras que respaldan las denuncias y las muertes de cientos de mujeres del Ecuador en un “mal chiste”, desploma esperanzas de cambio y enciende las alarmas.
Este país del cono sur, no adolece de estadísticas recogidas por el propio gobierno (INEC) que reflejan, junto a sus países vecinos, unos de los índices más altos de violencia de género en el mundo. Se apunta que 7 de cada 10 mujeres sufren algún tipo de violencia – sexual, psicológica o física – así como las más de 9.000 denuncias por abusos y violaciones reportadas en 2019 a los servicios de urgencias (confirmadas por la Fiscalía General), de las cuales, muy pocas han disfrutado de continuidad jurídica.
Seguir la estela de estas aberraciones hace irremediable otra cifra más, un FEMINICIDIO cada 70h. Una mujer muerta por el hecho esencial de serlo, que pierde su vida como consecuencia de la creencia – de superioridad – por algunos hombres de poder arrebatársela. Hechos que la mujeres, individualmente y de forma colectiva, denuncian en las calles como “problema de salud pública”.
Según el presidente, todas estas realidades, son consecuencia de un subjetivo criterio estético; el mismo que hará culpable al agresor de la “denuncia fraudulenta” por tocamientos, sin consentimiento o, de expresiones verbales de índole sexual fuera de todo lugar. Una legitimación de la violencia de género nada ajena al sentir del país.
Mujeres que se sienten desamparadas por un “sistema” que las revictimiza al ponerle voz a estos maltratos, mujeres que indiscutiblemente engrosan subregistros que, colectivos femeninos y ONG`s, estiman en un porcentaje mucho mayor a los reales.
Los números sangran y tienen nombres.
CONTEXTUALIZANDO LA VIOLENCIA
El estado de Ecuador, recién se recupera resacoso de una de las movilizaciones más multitudinarias e impetuosas de su historia democrática. Así lo declaraba Lenin Moreno en su visita a España la pasada COP25. En contraste, el uso – y abuso – de poder, era referido por el pueblo como políticas de acción ante las mismas marchas por una inerte justicia social. Las nuevas medidas económicas para salvar la deuda pública – foco de los manifiestos – entregaron el país a un Fondo Monetario Internacional (FMI) descreído y a su sagacidad neoliberal.
En consecuencia, una coyuntura donde la desigualdad imperante se estructura. Recortes sociales, privatizaciones, y por ende, menor inversión pública que aumentan las diferencias y la vulnerabilidad de las colectivos más desfavorecidos, mujeres y niños. Dinámicas violentas y opresivas, centradas en extraer la riqueza de las clases más pobres, se entroncan con una agenda carente de medidas contra ningún tipo de abuso – también el sexual -. El interés es otro mucho más monetizado.
LAS RELIGIONES Y SU ADOCTRINAMIENTO MACHISTA
Del mismo modo, la clase política del país, de manera similar a otras en Latinoamérica, no pierde los pasos al conseguir apoyos para tal empresa a través de la religión y su función recolectora de votantes. Un cristianismo católico protagonista y, evangelizador particularmente en ascenso, reclutan adeptos y adoctrinados por el mismo sistema que vende falsas promesas de futuro. Tras un progresismo marchito, las nuevas herramientas del gobierno serán los predicadores, el machismo, su misoginia o la corrupción que ya carcome Brasil, Chile o Bolivia.
Fundamentos de una nueva cultura post-colonial que tuerce la cara a sus orígenes y cosmovisiones basadas en el respeto de la vida al margen de cualquier constructo social – como el género-. En su lugar, dictámenes para colocar la otra mejilla, sacrificarse siempre por el prójimo a costa del bienestar propio, u obviar cualquier libertad humana sospechosa de pecado.
“LLAMEMOS A LAS COSAS POR SU NOMBRE”
Con todos estos ingredientes, parece más fácil comprender que la intervención del mandatario Lenin Moreno, no fue fruto de la casualidad, ni de la falta de retórica aquel día. Fue – y es – un fiel reflejo de una sociedad que normaliza la violencia hacia las mujeres, la misma que se desarrolla en los círculos más íntimos y próximos cohabitando gracias a un método patriarcal opresivo.
En particular, el presidente ha institucionalizado el acoso con su falta de empatía, respeto y su visión reduccionista. No obstante, la exclusividad no es suya y, los múltiples apoyos hermanados asientan la violencia como forma de resolver los conflictos, la culpabilidad de las mujeres o el refuerzo de roles tradicionales que limitan la libertad de la mitad de la población.
Sin duda alguna, se vuelven lícitos los comportamientos que cultivan la tiranía por intolerancia, por miedo y por costumbre, que no conducen más allá de la explotación para nuestra destrucción sin alternativa.
La violencia de género existe, si, y está institucionalizada. Ninguna broma, política totalitaria o religión castradora le va a cambiar el nombre. El intento de ocultar bajo la alfombra su verdadero significado ha sido frustrado.
No se aceptan las disculpas.
Seguimos difundiendo aquello en lo que creemos y por lo que siempre hemos luchado, los derechos del movimiento indígena, de las mujeres o warmis, de los grupos LGTBI, de los trabajadores y los derechos de cuidar a la naturaleza.
Múltiples voces, distintas ideas, pensamientos y miradas.