25N la violencia contra la mujer es un día para el que sobran los motivos y faltan voluntades y cada día el calendario nos marca causas de mayor o menor trascendencia según para qué o quién, todo depende de si nos sentimos interpelados por ellas, si algo se estremece en nuestro ser al reivindicarlas consiguiendo empatizar con la causa.
Leyre Collazo Palomo
Hoy es el día Internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer. Yo misma -la que esgrime estas líneas – y cada vez, muchas, muchas más mujeres, sentimos la llamada de nuestros propios nombres. Y también el calor que emana de las entrañas para plantar cara a esta sinrazón de perturbador significado.
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Se hace necesario entonces – imprescindible diría yo -, frenar la que como llama la periodista y filóloga Lola Venegas en su obra, “La guerra más larga de la Historia”. Una que desde tiempos inmemoriales sostiene narrativas hegemónicas. Y que además coloca a la mujer en una posición de inferioridad y subordinación normalizadas.
Durante demasiado tiempo hemos vivido anestesiadas por un sistema que, pertrechado de muy sólidas herramientas, perpetúa esta desigualdad de género. La cual se conforma asfixiante cual corsé y que aliena cualquier derecho fundamental. Algunas de sus artimañas nacen incluso en el seno de la propia cultura. Nuestra cultura, cargada de creencias equivocadas, saturada de convencionalismos sexistas y ahogada de cánones imposibles. Otras se yerguen en el abuso de poder. También en un control enraizado en el dominio de nuestros cuerpos y sexualidades. Nos cosifican como meros objetos de deseo y desahogo físico a través de violencias legitimadas tales como violaciones, asesinatos, matrimonios forzados, mutilaciones genitales y un horrible etc.
Con todo esto, tampoco podemos olvidar a toda una estructura jerarquizada de forma institucional. Gracias a ella, tanto mujeres como niñas, ven obstaculizados su desarrollo y evolución personales, al no poder cumplir ciertos objetivos excluidos de las enmiendas asignadas a su género en esferas privadas, y sobre todo, públicas. Todo está dispuesto para mantenernos en un lugar de opresión que mantiene privilegiados a los varones en su delirio de poder dictatorial.
Una fecha de todas y para todas.
Que sea el 25 de Noviembre la fecha escogida para destacar esta lucha, es en recuerdo, honor y denuncia al asesinato de las hermanas Mirabal en los años 60. Las hermanas son “Las Mariposas “ – apodo en su labor activista -. Jóvenes valerosas revolucionarias – cualidades mal vistas – perseguidas y ejecutadas a manos de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana. Ellas perseguían la libertad de su pueblo y el estado lo hacía tras ellas por ser mujeres y alzar su voz en contra.
De hecho, si de buscar fechas se trata, bien podríamos encontrar varias propuestas que por desgracia tiñen la historia de las mujeres con sangre. Sería válida alguna que coincidiera con una de las de cientos de las archiconocidas quema de brujas a finales de la Edad Media y con la Iglesia como mentora. Mujeres sabias, autónomas y conscientes. Mujeres tildadas de demoníacas por colocar en entredicho el poder de un Dios, hombre y omnipotente.
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Ya en una sociedad Moderna e “ilustrada”, podríamos proponer también el día que guillotinaron a Olympe de Gouges, autora de la “Declaración de los derechos de la Mujer y la Ciudadanía”. También el día que fallecía simbólicamente Mary Wollstonecraft tras escribir «Vindicación de los Derechos de la mujer» y dar a luz a su hija. Estos dos últimos, candentes ejemplos por ser de una clara repudia a un feminismo incipiente y poco deseado por la época. Cuestionar el orden establecido, en muchos casos, se paga con la muerte.
Finalmente, el 1er. Encuentro feminista Latinoamericano y del Caribe en 1981 se celebró el 25 de Noviembre. Y la Asamblea de la ONU de Diciembre del 1993 le otorgó un nivel internacional fijando este día en el corazón y la mente de todas. La violencia contra las mujeres será admitida como una violación de los derechos humanos. Y por ello se actuará bajo un marco específico, legislativo y judicial para combatirla.
Violencia de género y su etiología patriarcal.
Tras siglos de sometimiento y sumisión, nosotras también hemos creado nuestras propias armas para enfrentar tal contienda. Hemos aprendido a unirnos sororamente. Para unirnos de la mano del colectivismo, la equidad y la necesidad imperiosa de ser mujeres libres. Se ha engendrado el feminismo.
Este movimiento social tiene muchísimo que ver en ello, alumbrando el camino y poniendo nombre a cada cosa para saber y enfocar los esfuerzos. Así, se ha conseguido desenmascarar a un patriarcado como único orden “lógico” posible para esta barbarie sujeta a la dominación masculina. El mundo se ha configurado a través de una conceptualización androcéntrica que deja a las mujeres como meros apéndices accesorios, fuera de cualquier consideración. Un reflejo difuso del único ser con poder sobre la tierra, el hombre.
Al remontarnos atrás, cada quién sitúa el origen de esta organización patriarcal en un lugar. Pero, basta con recoger algún momento del pasado histórico para encontrar su ontogenia. Un Galeno de Pérgamo en la antigua Roma arguciaba teorías sobre la mujer. Entre ellas que éramos una malformación del hombre, o nuestra esencia como otredad, o que solo éramos un error. Un imaginativo Platón hablaba del útero de la mujer como un animal ansioso por procrear. Un animal al que, si no se le saciaba, generaba “males femeninos» tratados como “sofocación histérica» por un coetáneo Hipócrates. Y un reconocido Freud identificaba a las mujeres como castradas, envidiosas de un pene frustrado – clítoris -.
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En realidad, estos son sólo algunos ejemplos. Al abrir el paradigma patriarcal aparecen religiones monoteístas como la católica, donde Eva, según el Génesis, sólo es un apéndice de Adam. Y, por descontado, una pecadora que nos desterró del paraíso. Podríamos hablar de la publicidad que enaltece los ideales de belleza imposibles o del lenguaje sexista e hiriente. También de los estereotipos o roles de género que nos encuadran en mujeres santas cual Virgen María o simplemente putas. De todo lo que dicta en general y poco a poco, de forma sutil y silenciosa, el orden correcto, normativo de las cosas.
Por lo tanto, es vital que sepamos bien, que la violencia e inferioridad culturizadas en nuestra sociedad, socavan nuestra identidad a través de “una toma de poder histórica por parte de los hombres, quienes se apropiaron de la sexualidad y reproducción de las mujeres y de su producto, los hijos, creando al mismo tiempo un orden simbólico a través de mitos y la religión que lo perpetúan como única estructura posible» (Dolores Regrant).
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Hablar desde este punto de partida nos hace mucho más verosímil entender muchas problemáticas. La primera, los miles de asesinatos machistas con más de la mitad perpetrados por parejas o familia. La segunda, los sueldos de las mujeres un 16% inferiores a los de los hombres (brecha salarial). La tercera, la dificultad para ocupar puestos de alta responsabilidad en la vida pública, en los que suponemos menos del 40% (techo de cristal). La cuarta, las violaciones en manada. La quinta, la trata de personas con fines de explotación sexual de las que el 49% son mujeres adultas y el 23% niñas. También podemos «entender» la mutilación genital femenina implicando a más de 200 millones de niñas y mujeres entre 15 y 49 años (datos de la OMS). Todos, fenómenos universales que toman diversas manifestaciones y que aceptamos. Y los aceptamos por miedo a ser lo que somos, por miedo a ser excluidas de nuevo del edén.
COVID-19 y otras sinergias letales.
Este año 2020 se ha antojado de una dificultad Hercúlea por la Covid-19. Pero, en honor a la información crítica y los aspectos sociales, la dificultad ha sido mayor para las mujeres que para los hombres. La pandemia de la COVID-19 ha puesto a prueba nuestra sostenibilidad. Ha sometido a una presión extrema a nuestras estructuras y organizaciones políticas y sociales. Y ha desvela así, un sinfín de carencias y problemáticas que ponen el acento sobre la condición de “ser mujer».
Esta crisis sanitaria y humana, ha exacerbado la importancia, y la sobrecarga concomitante, de la atención y cuidados personales. La feminización habituada de dichas tareas y lastrada de los ya mencionados roles de género, ha creado dobles y triples jornadas sobre los hombros de miles y miles de mujeres que ya se ocupaban de estas tareas esenciales y de 1ª. Línea. A pesar de ello, no existe ninguna compensación económica extraordinaria. Sino el castigo añadido de ocupar puestos asociados indisolublemente a la precariedad laboral – temporalidad, horas extras sin remuneración, ausencia de seguros sociales, etc.-
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Confinamiento, cierre de colegios, residencias inseguras frente a la ausencia de medidas de protección, así como suponer el 85% del personal de enfermería y cuidados, ha empujado a las mujeres hacia la vulnerabilidad y la pobreza más absoluta. Condiciones idóneas para somatizar una violencia de género en diversas patologías físicas y mentales (soriasis, tendinitis, asma, depresión o ansiedad). Aparece una interdependencia máxima y siniestra entre maltrato, el aislamiento, el dolor y la exclusión social.
Por esta razón, destacamos como ejemplo magnánimo, la convivencia obligada en cuarentena de muchas mujeres con sus agresores bajo el mismo techo. Una advertencia más de convertirnos en los daños colaterales de esta pandemia. Finalmente, se han alimentado situaciones de riesgo reflejadas en un aumento de llamadas a las líneas de atención homólogas al 016 en España. En un 60% en México o en un 94% en Colombia. Datos que expone la ONU para alertar del requerimiento de proteger a las víctimas (mujeres y niñas) creando medidas de prevención.
Vislumbrar el futuro con “gafas violetas”, la perspectiva de género.
La situación se manifiesta abiertamente entre múltiples dramas pero, si somos justas con nosotras mismas, también hay que resaltar avances conseguidos y que permiten dibujar un futuro más alentador. De nuevo el feminismo, en estos particulares, es una piedra angular para teorizar y concretar sostenidas a través de un gran sentido crítico. Cuestionará las relaciones de poder en las que estamos inmersas gracias a una perspectiva transformadora y necesaria que coloca su foco en la construcción del “género” y los vínculos que emanan de ella.
Se trata de colocarse las lentes violetas y conseguir descifrar lo que ha permanecido oculto por demasiado tiempo. Comportamientos, conductas, imperativos, normas e innumerables mitos articulados en una base biológica de diferencias sexuales y entretejida con la creación sociocultural genérica. Destacamos pues el resultado de ese despertar.
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En 1993 se declara por 1ª. vez la eliminación de la Violencia contra las mujeres. Será cuando el maltrato se condena en un marco de derechos humanos destacando como factor de riesgo ser una mujer. Sufrimos violencia por el mero hecho de serlo.
En 1995, en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer en Pekín, se crea la Plataforma de Acción que persigue realizar un seguimiento en distintos ámbitos relacionados con los derechos fundamentales de las mujeres. Un compromiso a través de la implementación de recursos humanos y materiales que capaciten a la sociedad a responder frente a la naturalización del machismo. De igual modo se incluye a la mujer en la vida pública. Será imprescindible y una tarea de salud global, por fin, eliminar los homicidios por causa de género (abortos selectivos, prostitución, violaciones como recursos en conflictos armados, etc.).
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A nivel europeo, podemos hablar del Convenio de Estambul. Esta normativa entró en vigor en España el 1 de Agosto de 2014. Su importancia estriba en ser “el primer instrumento de carácter vinculante en materia de violencia contra la mujer y violencia doméstica”. Sus fundamentos versan en la prevención y sensibilización.
Si ponemos la lupa sobre cada Estado o territorio con poder para legislar frente a esta lacra, podemos resaltar la voluntad en muchos de ellos para seguir avanzando en base a los datos obtenidos, al mismo tiempo que se cristalizan en medidas tangibles e interdisciplinares necesarias para legislar la protección de la mujer. Gracias a la implicación máxima de la sociedad y sus instituciones, respetando acuerdos internacionales sobre la materia, invirtiendo en servicios públicos y planes de contingencia universalizando su acceso, educando a niños y hombres también en formaciones con perspectiva de género y, en definitiva, no silenciando el problema, podremos mejorar.
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Es evidente que aún mueren mujeres. Todavía son demasiadas y muy fuertes las creencias sobre nuestro papel en la sociedad. Aún falta conciencia sobre nuestros cuerpos. Que se condena y culpa nuestra conexión con el poder sexual. Además nos hemos vendido al capital acumulador y neoliberal que nos permite llegar lejos mientras nos encadena a la talla 38 y los tacones de aguja.
La medicalización se considera la solución de un sistema misógino para acallar nuestras dolencias propias de la exclusión hasta en los momentos más sagrados. Nos culpamos de cuanto hacemos y sentimos. Además, nos acotamos nuestra esencia más salvaje y rabiosa doblegando nuestro empoderamiento a la sumisión. También nos manipula la romantización de las relaciones más insanas, celosas y limitantes. Pero, ahora más que nunca, gracias a motivar el conocimiento, sabemos lo suficiente para chocar contra nuestra carne al descubierto y su vulnerabilidad más potente, germen del cambio más radical y profundo.
Somos mujeres, somos rebeldes, locas conscientes y sexuales. Pero somos sujetos de nuestras propias vidas libres y empoderadas. Somos tú, yo, somos todas nosotras. Ni una menos.
Seguimos difundiendo aquello en lo que creemos y por lo que siempre hemos luchado, los derechos del movimiento indígena, de las mujeres o warmis, de los grupos LGTBI, de los trabajadores y los derechos de cuidar a la naturaleza.
Múltiples voces, distintas ideas, pensamientos y miradas.