En España, el Partido Popular, desde el momento mismo de su creación, ha utilizado la estrategia de la crispación siempre que ha perdido el poder y, en los últimos años, incluso estando en el poder. Recordamos aquel “Váyase, señor González”, con el que Aznar zahería al presidente socialista hace veinticinco años. Recordamos también los insultos con los que Rajoy obsequió al presidente Zapatero, llamándole “tonto útil” en la mismísima tribuna de las Cortes o acusándole de “traicionar a los muertos”, en referencia a las víctimas del terrorismo etarra.
Por Marcelino Flórez
Creíamos que no se podía llegar más lejos en el cultivo del odio, pero la serie de insultos con la que el nuevo presidente del PP, Casado, zahiere al presidente del gobierno demuestra que sí se puede ir más allá. Le ha llamado golpista, traidor, felón, irresponsable, incapaz, desleal, iluminado, ególatra, mentiroso compulsivo, okupa. Ha agotado prácticamente el diccionario, todo en beneficio de la crispación.
Durante el tiempo de vigencia del bipartidismo, la crispación servía para mantener movilizados a los propios votantes, al tiempo que provocaba la desmovilización del común de las personas, cansadas de ese lenguaje grosero, de esa constante invitación al odio y de esa permutación de la política en teatro mediático. La crispación le resultó muy rentable al Partido Popular, que logró repetidamente sus deseos de llegar al poder.
Con la quiebra del bipartidismo, sin embargo, las cosas podrían ser distintas. Pero ocurre que toda la derecha se ha apuntado a la estrategia. En el caso de la extrema derecha, el partido VOX, antes integrado en el PP, parece normal. Sorprende, en cambio, en el caso de Ciudadanos. Sobre todo, sorprende que no haya aprovechado esta segunda o tercera oportunidad para separarse del PP y tratar de ocupar el centro político. Lo cierto es que su jefe, Rivera, casi compite con Casado en la búsqueda del insulto más soez.
En la era del bipartidismo, el elemento que mejor servía a la estrategia de la crispación era el uso del terrorismo etarra con ese fin. Así lo practicaron tanto Aznar, como Rajoy. Ahora es Cataluña, el nacionalismo independentista catalán, el que sirve de coartada. Cierto que los independentistas les dieron una buena excusa en el otoño de 2017, pero es la peculiaridad de Ciudadanos la que explica la alianza de las derechas para el 12 de febrero en Madrid. Ciudadanos nació en Cataluña y creció en lucha interna contra el nacionalismo catalán. Esa es su principal enseña y no la suelta ni a tiros.
Confluir el 10 de febrero bajo la tapadera de la bandera de España afianza la alianza de la derecha en su versión más extrema. No extraña, por eso, que las redes sociales hablen insistentemente del “trifachito”. Efectivamente, ahí estamos, en una alianza de toda la derecha, que, al avalar a los nostálgicos del franquismo, se reviste toda ella de la misma ideología extrema. La crispación y la invitación al odio agrupa a toda la derecha y Ciudadanos pierde una nueva ocasión de construirse como partido autónomo, al someterse a la estrategia de los crispadores.
Seguimos difundiendo aquello en lo que creemos y por lo que siempre hemos luchado, los derechos del movimiento indígena, de las mujeres o warmis, de los grupos LGTBI, de los trabajadores y los derechos de cuidar a la naturaleza.
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