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LAS FARC-EP Y LOS CARTELES DEL NARCO EN EL TRIÁNGULO DE LA MUERTE EN LA FRONTERA ABANDONADA

En esta agreste geografía selvática convergen varios actores. Por un lado, los grupos criminales: 14 facciones disidentes del grupo narcoterrorista de las FARC-EP; los carteles del narco mexicano de Sinaloa, Jalisco Nueva Generación y del Golfo, que controlan los corredores de abastecimiento y distribución de cocaína. Por el otro lado, están las dos Fuerzas de Tarea Conjuntas Hércules de Colombia y Esmeraldas de Ecuador, que operan para erradicar la presencia de esos grupos.

Crnl. Mario R. Pazmiño S.

Han debido pasar más de cinco décadas para que, como sociedad, nos demos cuenta de la realidad lacerante que carcome diariamente a las poblaciones del norte de Ecuador y del sur de Colombia. Sin embargo, por temor o ignorancia gubernamental, no se quiere afrontar ese escenario de violencia, injusticia social y abandono.

Concretamente hablo de los departamentos colombianos de Nariño y Putumayo, que, junto a las provincias ecuatorianas de Esmeraldas, Carchi, Imbabura, Sucumbíos y Orellana, conforman el triángulo de la muerte.

En esta agreste geografía selvática convergen varios actores. Por un lado, los grupos criminales: 14 facciones disidentes del grupo narcoterrorista de las FARC-EP; los carteles del narco mexicano de Sinaloa, Jalisco Nueva Generación y del Golfo, que controlan los corredores de abastecimiento y distribución de cocaína. Por el otro lado están las dos Fuerzas de Tarea Conjuntas Hércules de Colombia y Esmeraldas de Ecuador, que operan para erradicar la presencia de esos grupos.

Al interior de este triángulo de la muerte se encuentra la población binacional, actor indefenso y obligado a tomar partido por su supervivencia. Los gobiernos irresponsables e indolentes abandonaron a los pobladores fronterizos a su suerte, generando una convivencia de terror e incertidumbre ante la presencia de los actores generadores de violencia.

Las violaciones constantes de los derechos humanos son provocadas tanto por las organizaciones de crimen organizado transnacional, como por la fuerza pública. Los primeros han colocado a la población en la disyuntiva de seguir viviendo con el temor permanente y la inseguridad o migrar. Los segundos violentan los derechos ciudadanos bajo el pretexto de operaciones de rastrillaje, sin considerar que esos compatriotas sobreviven en la ilegalidad por el abandono de los mismos gobiernos que dicen protegerlos.

Hace algunos años, pude observar en la frontera a una humilde familia de campesinos, integrada por un anciano, que era el abuelo, y dos niños con una funda de yute, donde llevaban otra mudada de ropa y un pedazo de pan. Ellos habían abandonado todo porque querían salir del conflicto, del infierno donde vivían y que se había llevado a sus padres.

El triángulo de la muerte representa una realidad que la sociedad no quiere afrontar pero que está allí para cada día recordarnos a los ecuatorianos y colombianos lo que sucede cuando los gobiernos abandonan a su población y permiten que las estructuras delictivas aprovechen esta indiferencia social para reemplazar la autoridad gubernamental con la ilegalidad del narcotráfico o del crimen organizado.          

La tarea que tienen los presidentes Iván Duque y Lenin Moreno es titánica, ya que además de erradicar la presencia de las disidencias y de los carteles internacionales de narcotráfico, deben -y esto es lo más importante- proteger a los ciudadanos a los que juraron defender cuando asumieron sus respectivos mandatos.

Tarea difícil pero no imposible cuando existe la convicción y decisión de hacerlo.

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